Reseña crítica: En plena época de la búsqueda temática en la Literatura Universal, el cine argentino también escudriñó las estanterías de saldos, de donde solo pueden surgir títulos y autores populares de esos que leían nuestros abuelos en sus viajes del trabajo a casa y de casa al trabajo. Uno de los autores que de vez en cuando salían en las famosas revistas pulp era Guy Endore y sobre su cuento "Lazarus Returns" el infatigable De Zavalía lanzó éste vehículo para su esposa Delia Garcés, comprometiéndola con un personaje por momentos opuesto a su habitual especialidad interpretativa. Tras desahuciar a su eterno amigo Rafael (Jorge Salcedo), la dulce Adriana conoce y queda prendada del refinado Jorge Hernández Asmodi (Pedro López Lagar). Durante una visita a la mansión de un coleccionista de arte, Adriana se encuentra con el anciano dueño, Lázaro Asmodi (López Lagar, en extravagante pero sólida caracterización). Con la rapidez de un depredador, el viejo se ceba sobre la joven y le dice dos o tres cosas que luego se convierten en leit motiv, acerca del último beso, la última mirada y la sangre que corre tumultuosa por las venas. De vuelta al mundo exterior, muy a pesar de Rafael, Adriana se casa con Jorge pero las perdices deben postergarse debido al conflicto que surge por el vicio del juego. Una partida de póker fatídica provoca que Jorge pierda una fuerte suma y que firme un cheque sin fondos... ¿y para quién? Desde luego, para el sufrido Rafael, que corrobora menudamente que "desafortunado en el amor, afortunado en el juego". Como último recurso, Jorge acude a Lázaro, que es su tío, para que le salve de la quiebra. El viejo le ofrece el dinero que necesita, pero a cambio de un bien preciado que posee su sobrino: la juventud. Que sí que no, al fin, el joven sella el pacto con un apretón de manos que llevará una daga de por medio. Al otro día, un episodio cardíaco se lleva de este mundo al abominable Lázaro pero, previsiblemente, el porfiado tío tratará de regresar para cumplir sus oscuros propósitos. La trama recurre a elementos y convenciones del drama Jekyll-Hyde con la transmigración de almas y posesiones de seres del Más Allá. Y con semejante ensalada, el guionista César Tiempo va construyendo como puede el trayecto psicológico de la pareja. Logrando momentos sólidos y notables pero decayendo en situaciones de lógica forzada que López Lagar resuelve con el mejor oficio posible. Como hallazgo tenemos la misteriosa presencia de la ama de llaves de la mansión (Bertha Moss), tal vez adoradora de un culto de Oriente, a la par antagonista y amante del anciano Lázaro. Los diálogos entre ella y Adriana o su ríspido intercambio con el patrón, imponen un valioso condimento que aumenta el interés generando un fascinante clima de retorcida ambigüedad solo desbaratado por un epílogo insatisfactorio respecto de la lógica del desenlace pero necesario para salvaguardar las normas esperables acerca de los finales felices. [Cinefania.com]
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