Reseña crítica: Durante una noche de tormenta, el millonario convalesciente Peter Browne (A. Bromley Davenport) se pone nervioso y agobia a su sobrina Alaris (Dorothy Boyd), que tiene sus propias ansiedades debido a que su tío le prohibe unirse a su amante novio Norman (Jack Hawkins, sin canas y en plan galán joven). En medio de la oscuridad, alguien abre una puerta y dispara al anciano; si bien sobrevive al disparo, unas risotadas frenéticas parecen preanunciar lo contrario. Al otro día, con el cadáver y la presunción de suicidio, se procede a la "lectura" del testamento que, en este caso, será una audición, ya que el documento consiste en un disco fonográfico que el abogado de turno procede a reproducir. Los interesados son un hermano militar (Davy Burnaby) y la hermana del finado (Margaret Yarde); la esposa del primero (Henrietta Watson) y su hijo (Michael Shepley); además de la citada Alaris. De repente, cuando el lado "A" del disco llega a su final y la voz de ultratumba del occiso anuncia que "si ustedes escuchan esto es que fui asesinado", es que una bola de golf perfora el cristal de una ventana, exaltando a los presentes. Se trata de un tiro fallido del reverendo Makeham (O.B. Clarence, el mismo que doblaría a Bela Lugosi en el misterio de Edgar Wallace DARK EYES OF LONDON), que ingresa a escena con su bolsa de palos y pidiendo disculpas. La joven le ruega que se quede hasta que termine el testamento sin embargo, cuando se disponen a continuar la audición, alguien ha hurtado el disco, evidentemente para evitar la revelación de algo sorprendente. La sospecha de asesinato, aparte de satisfacer a una de las hijas (el suicidio no es muy popular entre la grey católica por sus derivaciones ultraterrenas), se torna en una especie de concurso de culpables cuando, cada uno a su vez, casi todo el elenco confiesa la autoría del crimen. Por fortuna, la sagacidad del rev. Makeham (versión del "padre Malcolm" de las novelas de Gerard Fairlie) conduce a buen puerto una indagatoria que, por momentos, pone su vida en peligro. Tras una secuencia inicial insinuante, el film cae en ¾ de hora de cámara fija y diálogos profusos entre los intérpretes, solo matizada por una secuencia del reverendo indagando en un galería subterránea a través de un pasadizo secreto y algunas réplicas chispeantes con ligeras dosis de típico humor inglés. Si bien el rev. Makeham no es el inmortal Padre Brown, ofrece algunos hallazgos, en especial el dinámico último par de minutos con una carrera descalzo para desenmascarar al responsable y una pelea a trompadas aceleradas (vía cámara rápida) entre el inspector de turno y el asesino. Desde luego que el presupuesto nimio y el convencionalismo de la acción evidencia que estamos frente a una de las llamadas "quota quickies", films de bolsillo con elencos de segunda fila que la reglamentación británica obligaba a los estudios de Hollywood a patrocinar como menuda condición para la proliferación de sus negocios en las Islas. Aún así, como whodunit tolerable cumple con los simples requisitos de la carencia de pretensiones y la difícil elucubración del culpable, así que ¿qué más se puede pedir por tan poco? [Cinefania.com]
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