Reseña crítica: Con esta declaración de principios expresada como diálogo del ilusionista interpretado por Robert Young se marca una tónica y también un punto de vista racional al que pocos espectadores estarían ajenos: "Somos magos, hacemos trucos al público y les tomamos el pelo. Ellos se divierten y nosotros nos ganamos la vida. Pero esos farsantes [los falsos médiums] lucran con el sufrimiento y viven del dolor de viudas y madres". Si a esto le sumamos un par de asesinatos y unos cadáveres que desaparecen o reaparecen con vida, trucos que magos profesionales no alcanzan a desentrañar, una sesión espiritista y algunas macabras escenas del crimen, sin pretenciones de ningún tipo, tenemos una modesta pero digna despedida del cine del realizador Tod Browning cuya filmografía, de una u otra manera, había estado siempre conectada al mundo de la ilusión y lo extremo. Como ejemplo de esta afirmación, los primeros minutos de este film nos muestran un acto teatral ambientado en un campamento militar chino donde fuerzas invasoras (japonesas) han devastado escuelas matando niños inocentes. El comandante (John Picorri) captura una refugiada americana (Suzanne Kaaren) y procede a ejecutarla encerrándola en una caja de madera de donde le sobresalen cabeza y pies. Con una ametralladora procede a disparar al centro, partiendo en dos a la chica y provocando la sonrisa aprobadora del manager del teatro (Armand Kaliz) ante quien esta prueba se estaba llevando a cabo: magia e ilusión, pero también masoquismo y dolor. El fabricante de estos trucos es "el Gran Morgan" (Young) que al rato se involucra con una rubia en apuros, Judy Barclay (Florence Rice), perseguida por vaya a saber quién. Aparecen el siniestro demonólogo Dr. Sabatt (Frederic Worlock) y varios ilusionistas: Duvallo (Henry Hull aparentando mucha menos edad), el Prof. Tauro (Harold Minjir) y la pareja de mentalistas La Claire (Lee Bowman y Astrid Allwyn). Presidiendo el aquelarre, la "curvilínea" espiritista Madame Rapport (Gloria Holden), que llega a New York en busca del premio de $25 mil de un concurso de ocultistas. Como si todo esto fuera poco, los mejores diálogos son para el padre del Gran Morgan, un hombre de pueblo que está de paso en la Gran Manzana y se toma todo a chiste (Frank Craven). El odioso Sabatt aparece asesinado en el centro de un pentáculo con nombres de potestades demoníacas como "Adonai" o "Belcebú" y unos cuantos cirios negros alrededor. Su habitación estaba cerrada por dentro, así que mientras el inspector Gavigan (Cliff Clark) y su subordinado el Sgto. Quinn (William Demarest) se van figurando cuál de todos los sospechosos es el culpable, Morgan decide ponerle una trampa al asesino en una función de ilusionismo a teatro lleno. La ambigüa línea entre la manifestación sobrenatural y el truco explicable, será violada una y otra vez en aras no de perturbar la lógica interna del film sino de perseguir un concepto de entretenimiento escapista que décadas más tarde retomaría William Castle. [Cinefania.com]
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