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* * * * * Tres o cuatro mamarrachos con los que yo estoy mejor * * * * *

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EL TEMIDO REGRESO DE LOS PENSAMIENTOS DEMOLIDOS

Retorna esta sección del... digamos portal, luego de un hiato de como ¡cinco años! Una excursión por las ruinas de antiguos pensamientos, más expresionistas que rigurosos, relacionados con los condicionantes de nuestro gusto, que va de Spinetta y El Gráfico a Borges y Gardel, y que termina con un agradecimiento a Thurston Moore de Sonic Youth por la idea del título (?). Auspicia estas líneas la Escuela de Actuación de Tommy Wiseau. ¡Vacantes limitadas! Escuela de Actuación de Tommy Wiseau, Avenida Mariscal De la Derrota esquina Milanesa a la Napolitana, Lomas del Morcillar.

Durante años no pude volver a escuchar El amor después del amor de Fito Páez porque me remitía inmediatamente a una época de mi vida que durante mucho tiempo no pude recordar sin entristecerme. (¡Esa sí que es una maldición: que además de sentirte mal, no puedas disfrutar más de una obra que te gustaba!) Me pasó después con Narigón del siglo de Divididos y con algunas canciones sueltas, como Nobody loves you (when you're down and out) u Oh my love de John Lennon, y en algún momento me dejó de pasar, tal vez porque escucho menos música nueva, o porque estoy muerto por dentro. Si yo pudiera como ayer / querer sin presentir.

La experiencia de una obra artística nunca ocurre en un limbo en el que estamos a solas con ella: ocurre en un lugar y un momento, y ese lugar y ese momento condicionan nuestra interpretación de la obra y, lo que es más llamativo, nuestra reacción emocional ante ella. Por eso es que las relecturas a veces nos habilitan sensaciones nuevas, ausentes durante la primera experiencia: la expresión artística de un dolor o un placer resuena en nosotros de otra manera muy diferente ahora que hemos pasado por él... o ahora que lo hemos olvidado. O hemos incorporado información que nos permite entenderlo mejor, o incluirlo en otro marco de análisis. Yo llegué a Spinetta por Kamikaze y por Privé: al resto de su obra la conocí a través de años que podría medir en décadas. Kamikaze me sigue pareciendo un disco enorme: canción por canción, no menos que Artaud, que además de su insólita calidad musical y lírica corre con la ventaja de un inolvidable arte de tapa... y de una muy temprana consagración crítica que convierte su primacía dentro del rock argentino en un pilar de la realidad tan inatacable como nuestra condición de mortales. Privé también me sigue gustando muchísimo, pero a esta altura admito que puede que sea una mera costumbre mía. Tal vez sólo baste recordar que Luis lo sucedió con, apenas, Tester de violencia y Don Lucero...

Y es así que mi lectura de los Cuentos Completos de James Ballard es inseparable de mi tortuoso 2016, porque leer ese extenso y muy disfrutable volumen me ocupó, con algunos altos, de enero a setiembre de ese año. La recientemente desaparecida El Gráfico no fue sólo una revista deportiva a la que recuerdo por tantas horas de disfrute de sus notas y otras tantas horas de indignación por sus demasiado frecuentes canalladas: es inseparable de mi infancia, mi adolescencia y mi temprana juventud. Y además estará asociada para siempre a mi padre, que la compraba y me invitaba a leerla. Hay revistas como El Gráfico que ¡son los padres!

Todo esto debería ponernos en guardia ante las críticas de discos, libros, películas, series, incluso ante las formuladas empleando aparatos críticos académicos, o al menos profesionales. Hay quien, en el fondo, desdeña a Los Redonditos de Ricota porque eran la música preferida de los más odiados de sus compañeros de escuela secundaria. Hay quien empezó a amar a esos mismos Redonditos de Ricota porque eran la música preferida de sus amigos, o de la chica o el chico que le gustaba. Hay quien creyó ver en un Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band recién editado una colección de canciones de los Beatles inferior a la de Revolver o Rubber Soul pero con una producción grandilocuente. No es que esté equivocado, que no lo está: es que se perdió todo lo demás, desde el concepto y la tapa hasta la búsqueda por conseguir un sonido que invitara a vivir una experiencia, más que a gozar de una simple escucha. El éxito de Jorge Luis Borges en Argentina es deudor de su consagración en Francia, y hay quien dice que lo mismo sucedió con nada menos que Carlos Gardel. ¿Eran tontos o malvados todos esos críticos que no percibieron lo que ahora reputamos evidente? Tal vez sí, pero puede que la explicación fuera otra: no sabían que Sgt. Pepper's... era El Sgt. Pepper de los Beatles, ni que Borges era Borges, ni que Gardel era... Gardel. No escribían esas críticas en un mundo que presuponía esos nombres como íconos de la excelencia. ¿Quién se acerca hoy a Borges con inocencia? ¿Quién escucha un nuevo disco de Bob Dylan libre de la expectativa de estar escuchando a nada menos que Bob Dylan? ¿Quién no siente que sobre la próxima y desconocida obra de algunos artistas consagrados pesa una presunción de infalibilidad que no admite prueba en contrario? ¿Quién no se siente un poco intimidado de disentir con cánones que parecen provenir de los días de la Creación?

En realidad siempre se puede disentir del canon. De hecho, toda revolución artística es eso: una reformulación radical del canon. Una postulación de flamantes precursores elegidos entre los réprobos o los ignorados por el canon depuesto, una defenestración de los ídolos de apenas la víspera.

 

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