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CABEZA DE VACA: NOTAS PARA UNA ODISEA AMERICANA

Álvar Núñez Cabeza de Vaca fue un explorador andaluz del siglo XVI, notable tanto por sus frecuentes infortunios como por el coraje, la inteligencia y la entereza con que siempre los enfrentó. Sobrevivió a más de un naufragio, pasó años perdido entre nativos que alternativamente lo adoraban como dios o lo esclavizaban, fue el primer europeo que vio las Cataratas del Río Iguazú y, como sucede frecuentemente, padeció la ingratitud de los que le debían tanto. Aquí siguen algunas líneas sobre este apasionante personaje en el que muchos pueden ver a un Ulises o un Simbad, y otros a un Robinson Crusoe y aún a un Job, y que despierta esa peculiar admiración que merecen los valientes sin premio. [Publicado en enero de 2007 en Televicio Webzine].

UN CABALLERO ANDALUZ

En el libro que es una de las principales fuentes de este artículo (1) el docente y periodista uruguayo Carlos Lacalle afirma que, a principios del siglo XVI, Andalucía era el equivalente del Cabo Cañaveral de principios de los años '60: el lugar desde donde se daba el salto hacia un Nuevo Mundo desconocido. Si hace casi medio siglo ese salto era hacia la cara oculta de la Luna, hace casi medio milenio ese salto era hacia la otra cara de la Tierra.

Entonces, los que regresaban de más allá del Atlántico contaban extrañas y maravillosas historias. Hablaban de pueblos que no conocían al Dios de los cristianos pero que construían templos más altos que los de Europa; de gentes que se embriagaban con humo y temían a los caballos, y se alimentaban y medicaban con plantas de lo más extrañas; de la Fuente de la Eterna Juventud; del oro, la plata y las piedras preciosas que se daban contanta prodigalidad que parecía que brotaban de los árboles, que por cierto eran altos como catedrales. (Derecha: Cabeza de Vaca, en un sello postal español).

Hacia los años 1490-1500 (hay quienes arriesgan un harto improbable 1507) nació en Andalucía (se discute si en Jerez o Sevilla) Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Poco se sabe de su vida privada y sus primeros años, aunque algo más se conoce de su linaje, que parece remontarse al siglo XIII; su abuelo paterno, Pedro de Vera, fue uno de los primeros conquistadores de las Islas Canarias (2). Tal vez peleó por su rey en Italia y África. Como se decía entonces, "tiene letras": era un hombre instruido, capaz de expresarse por escrito con soltura, como demostraría al redactar en su edad madura dos relatos de sus experiencias, llamados "Relación de lo acaecido en Indias" (3) y "Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Adelantado y Gobernador del Río de la Plata" (imagen). (Habitualmente se reúne a las dos obras en un solo volumen, llamado "Naufragios y Comentarios", costumbre que comenzó en 1731). Era un hombre reservado, cordial, carente de vanidad, movido ante todo por el deseo de probar sus dotes. Como un Job del Renacimiento, nunca una queja saldrá de sus labios: primaba en él la viril resignación del que cree que contra los designios de la Providencia no hay rebelión posible, fatalismo del alma andaluza que tal vez se deba a la prolongada influencia de la cultura árabe en ese rincón meridional de España. Ya veremos hasta qué punto podremos estar seguros de su inteligencia y su coraje.

¿Defectos? Dice Lacalle: "cierta indolencia, sumada a un espíritu crítico, le suelen embarazar para establecer conclusiones definitivas y juicios firmes". Políticamente, siempre se manejará con torpeza y estará a merced de los acontecimientos. Pero estamos adelantándonos a una historia que, según el citado autor oriental, lo tiene todo, "hasta esa dosis de inverosimilitud que permite la evasión".

La leyenda de América clamaba por los espíritus más aventureros de España. Y hacia allí partió Álvar Núñez.

EN POS DE LA FLORIDA

El 17 de junio de 1527 zarpó de Sanlúcar de Barrameda hacia Cuba y Florida la expedición de Pánfilo de Narváez, un soldado castellano tuerto y cincuentón que ya había estado dos veces en las Indias. El viaje no fue fácil: ya en las costas de Cuba, debió sortear un tifón que, además de destrozar dos buques, arrasó la cercana villa de Trinidad. Los sobrevivientes, aterrorizados, se negaron a navegar hasta que no pasara el invierno: recién continuarían el viaje hacia el continente en febrero de 1528. Las desventuras no disminuyeron: por el contrario, tras estar cerca de encallar, estuvieron 15 días varados. Acaecieron entonces nuevas tormentas tropicales, con lo que recién llegaron a Florida el 12 de abril.

Tras una somera exploración de la costa y el territorio inmediatamente adyacente, Narváez decidió internarse en la península, aún cuando esto representara perder de vista a los buques y a sus vitales provisiones. (Álvar Núñez estaba en contra de semejante desatino, pero obedeció a su jefe sólo para que no lo acusaran de cobarde). Con los peores augurios, trescientos conquistadores se internaron en Florida.

La relación con los naturales del Nuevo Mundo fue siempre difícil; el terreno, pantanoso y malsano. Pronto se acabaron las raciones. Providencialmente llegaron a un poblado nativo, donde lograron obtener algo de maíz crudo con el que saciar su hambre. Pero estos indios no estaban paralizados, como los aztecas en un primer momento, por el temor a los blancos y a sus caballos: eran valientes y orgullosos, y respondieron a la incursión española organizando una guerra de guerrillas. Diezmados por los ataques y las enfermedades, los conquistadores acamparon una vez que volvieron a divisar el océano.

Desalentados por los problemas del viaje por tierra, los expedicionarios decidieron construir balsas y continuar por mar, siguiendo la costa. El proyecto era temerario: entre los 242 que restan no había constructores navales ni carpinteros, apenas contaban con herramientas, y el hambre los obligó a comerse los caballos, que en ese terreno selvático eran de escasa utilidad. Ya era 21 de setiembre de 1528 cuando las cinco precarias barcazas pudieron finalmente partir hacia la locura.

Tras padecer el azote del hambre, la sed y las tormentas, así como la enemistad de los naturales de la zona, los hombres de Narváez alcanzaron la desembocadura del Mississippi el 6 de noviembre, tras un viaje de unos 640 kilómetros. Para ese entonces apenas les quedaba agua dulce que no estuviese corrompida, así como un puño de maíz crudo por persona y por día como comida. Habían perdido las velas y se veían obligados a remar.

El Mississippi representó la ruina de la expedición. La poderosa corriente del principal río de América del Norte arrastró a dos de las barcazas, que se perdieron en el mar; una de ellas era la de Pánfilo de Narváez. De las otras tres, una volcó, otra zozobró y la restante, la del narrador de esta historia, embarrancó.

El grupo de Núñez fue bien recibido por los nativos, que se compadecieron de su triste estado (además del hambre y la sed, habían perdido casi toda su ropa y hacía frío) y les brindaron alimento. Los españoles estaban tan desconsolados por la suerte de la expedición que los indios terminaron por llorar junto a ellos. En su "Relación...", décadas después, Núñez dirá que fue entonces que recibió la revelación de que esos seres, aún "incapaces de razonar como los cristianos", eran en definitiva sus semejantes. Será uno de los muy pocos españoles que, en aquellos años terribles, podrá saltar por encima de sus prejuicios raciales y comprender la unidad de la especie humana. (Derecha: mapa de su odisea).

Aún recelando de las intenciones de los nativos, los viajeros decidieron pedir refugio en su aldea. Pronto Núñez se pudo reunir con los náufragos de otra barca, la liderada por los capitanes Andrés Dorantes y Alonso del Castillo. Estaban todos en tal mal estado de salud que decidieron pasar el invierno en esa isla y enviar mientras tanto a los cuatro que se encontraban en mejor estado a buscar auxilio a México, que suponían cercano. En realidad estaban al sur de la bahía de Galveston, Texas, en una isla que fue muy adecuadamente llamada Malhado (por mal hado, mala suerte). Ninguno de los cuatro mensajeros llegó a destino.

En "Relación...", Núñez se detiene unas cuantas páginas en el relato de las costumbres de sus anfitriones: eran muy diestros con el arco y las flechas, únicas armas que conocían. No tenían señor ni cacique, ni concepto de la propiedad privada. Dice que "es la gente del mundo que más aman a sus hijos y mejor tratamiento les hacen"; la muerte de un niño cualquiera es llorada durante un año por el pueblo entero; los ancianos, sin embargo, son considerados poco menos que un estorbo. Eran monógamos, salvo los hechiceros (que Núñez llama "físicos") que podían tener dos o tres. Cuando uno de ellos moría, en vez de enterrarlo como a los demás, lo cremaban y molían sus cenizas en medio de una gran fiesta. Una vez pasado un año de su muerte, sus parientes mezclaban esas cenizas con agua y las ingerían.

Los españoles, al principio, eran considerados "hechiceros", y respetados (y temidos) como tales. Esa situación cambió radicalmente cuando, debido al hambre, un grupo de conquistadores apeló al canibalismo: semejante acto escandalizó a los supuestos "salvajes", y estuvieron a punto de masacrar a los españoles, lo que se evitó por poco. De los 80 que habían llegado a duras penas a Malhado, entonces sólo sobrevivían 16.

Tras superar una enfermedad que lo tuvo al borde de la muerte, Núñez abandonó la tribu donde estaba, donde era tratado como esclavo, y se fue a vivir con otra que moraba no lejos de allí. Entre sus nuevos amos era mejor tratado, y se le asignó la función de mercader: debía viajar unas leguas tierra adentro llevando conchas de caracoles y volver con pieles y ocre, y esa fue su vida durante varios años. Muchos de sus compañeros ya se habían ido, como Dorantes y Castillo, pero Núñez no quería hacerlo para no abandonar a Lope de Oviedo, que no quería irse y, para peor, no sabía nadar. Cuando por fin lo pudo convencer de irse, tuvo que sacarlo de la isla llevándolo consigo.

Ambos marchaban con indios, que les informaron que no lejos de allí había tres cristianos que eran maltratados por la tribu con la que vivían. Asustado, Lope de Oviedo se volvió. Es lo último que se sabe de él.

CAMINO AL OESTE

Tras perder a Oviedo, a Núñez pronto le quedaron sólo tres compañeros de aventuras: Alonso del Castillo Maldonado y Andrés Dorantes de Carranza y su esclavo Estebanico, un moro de nobles sentimientos que los salvaría más de una vez. Ya no les quedaba ropa que vestir e iban desnudos. Decidieron que esperarían seis meses, al cabo de los cuales la tribu con la que estaban emprendería una migración estacional en busca de alimento, situación que los cuatro aprovecharían para huir en pos de México. Ese plan debió ser postergado un año entero, debido a que, por una riña causada por una mujer, las tribus se separaron y los españoles quedaron divididos todo ese tiempo.

Cuando por fin pudieron reunirse y escapar, lo hicieron por un territorio que desconocían por completo, circunstancia que haría que durante un buen tiempo anduvieran en círculos, o que se desviaran tan al oeste que tal vez penetraran en lo que hoy es el estado de Nuevo México. Allí la gente era más hospitalaria, aunque no por ello escapaba al terrible sino de todos esos territorios que hoy son el sur del país más poderoso de la Tierra: el hambre.

Estos nativos que encontrarían en su viaje al sudoeste trataban mejor a las mujeres. Núñez nos relata algunas de sus costumbres: una vez que la mujer quedaba embarazada, la pareja no volvía a tener relaciones sexuales sino hasta que el hijo cumplía dos años. Producto de la miseria y el hambre, el período de amamantamiento era increíblemente extenso: duraba hasta los doce años. El divorcio estaba permitido si no había hijos; los homosexuales eran tolerados, y vestían como las mujeres y desempeñaban sus mismas tareas.

En una oportunidad Núñez salvó a un hombre extrayéndole una punta de flecha clavada en su cuerpo, y otra vez ayudó a volver en sí a un cataléptico, con lo que comenzaron a ser honrados como dioses. A cambio solían pedir alimentos; frecuentemente sólo lograban compartir el hambre. Sus padecimientos eran tales que a veces, en invierno, no podían arrastrar la leña que habían cortado por las heridas que les habían causado las espinas. Apenas sobrevivían alimentándose, durante los viajes, con una especie de manteca de venado aderezada que tardaba en descomponerse.

Generalmente Estebanico, precedía al grupo, acompañado de indios que conocían los "milagros" de estos viajeros increíbles. Estos acompañantes eran gentes que los seguían fanáticamente, en la creencia de que, junto a ellos, nada podría hacerles daño, y que su deber era acompañarlos hasta que encontraran un poblado donde pudieran reposar. Núñez contaría luego los problemas para alimentar a toda esa gente y los desesperados recursos que usaban para hacer que los obedecieran: por ejemplo, una calabaza empleada a guisa de mágico tótem.

Cuando, siguiendo un camino que los llevaba hacia el sur, entraron en el actual México en julio de 1536, comenzaron a encontrar villorios abandonados. Luego sabrían que era a consecuencia de... las incursiones españolas en busca de mano de obra semiesclava. Cerca del río Sinaloa, cuando ya lideraban a nada menos que 600 indios, se encontraron con una avanzada de los españoles de México, que quedaron estupefactos al ver su aspecto.

Sus seguidores se negaban a ser abandonados. Decían a los españoles de México: "nosotros seguimos a estos cristianos amigos, pues si no vamos con ellos ustedes nos van a matar. Pero yendo con ellos no les tememos a ustedes ni a sus lanzas". Éstos respondían que Núñez y sus amigos eran cristianos de una casta inferior; los indios replicaban: "ustedes mienten. Estos cristianos que son nuestros amigos vienen de donde el sol sale, y ustedes de donde el sol se pone. Ellos aman a los enfermos; ustedes matan a los que están sanos (...) Ellos no tienen codicia y todo cuanto reciben lo vuelven a dar; ustedes no hacen otra cosa que robar y no dan a nadie nada". Álvar Núñez y sus compañeros sólo lograrían separarse de ellos tras mucho hablarles y lograr que un escribano levantase un acta por la que los españoles de frontera se comprometían a tratarlos bien. Ni Núñez ni Lacalle dicen si ese acta fue respetada ¿ustedes qué creen?

Nuestro cronista cuenta que, tras tantos años de vagabundeo, no podían dormir en una cama ni soportaban vestir ropa. A los pocos días los recibió el conquistador de México, Hernán Cortés, y tras dos meses en tierras aztecas, Núñez se embarcaría en Veracruz el 10 de abril de 1537, tras casi diez años de haber abandonado España.

LAS NIEVES DEL TIEMPO PLATEARON SU SIEN

La vuelta estuvo en un todo acorde con su pasado: tras sortear una enésima tormenta, su barco arribó a La Habana recién el 4 de mayo. Volvió a zarpar rumbo a España el 2 de junio, pero en el camino casi naufragó cerca de las Islas Bermudas, y estuvo a punto de ser apresado por un galeón francés en las inmediaciones de las Azores: los salvó la providencial aparición de buques portugueses. Llegaría a Lisboa el 9 de agosto.

Núñez, que había comenzado a escribir su "Relación de lo acontecido en Indias" (que sería editada en 1542) se dirigió a Toledo, la capital del inmenso imperio de los Habsburgo, gobernado por un monarca nacido en Flandes que es llamado Carlos I en España y Carlos V en Alemania. En su corte, la de Núñez es una voz escuchada y valorada. Se le encargó socorrer al aislado establecimiento de Asunción del Paraguay, fundado en esos años por los sobrevivientes de la campaña colonizadora del Río de la Plata de don Pedro de Mendoza, el rico noble que fuera infructuosamente a América a hallar una cura para su sífilis.

VÁMONOS A NAVEGAR AL PARAGUAY

La colonia del Paraguay era dirigida por unos pocos españoles, pero en su mayoría estaba integrada por pacíficos labradores guaraníes. Pronto se la conocería por el mote de "paraíso mahometano": cada conquistador se dedicaría casi con exclusividad a integrar un harén de decenas de muchachas que trabajarían para él, además de complacer sus apetitos carnales y darle decenas de hijos mestizos.

Decía que casi con exclusividad: buena parte del tiempo restante se iba en las intrigas que desde el comienzo la caracterizaron. Juan de Ayolas, buscando el camino a los tesoros del Perú, moriría abandonado a su suerte en tierra hostil por el ambicioso y tan astuto como inescrupuloso Domingo Martínez de Irala, que entonces se haría con el control de la colonia.

Núñez, nombrado Adelantado, Gobernador y Capitán General del Río de la Plata, sabía de estos malos tiempos cuando partió de España al mando de cuatro barcos, el 2 de diciembre de 1540. (Su narración de esta expedición es la ya citada "Comentarios..."). Tras perder 25 días en las Canarias por falta de vientos favorables y padecer problemas en el casco de la nave capitana (que acarrearían la pérdida de buena parte del agua dulce y de las provisiones) el 29 de abril de 1541 la expedición finalmente fondeó en la isla de Santa Catarina, hoy parte de Brasil. Harto de los problemas del viaje por agua y deseoso de ir por donde ningún europeo antes había puesto su pie, Núñez decidió marchar a Asunción por tierra. Con 250 infantes, 26 jinetes y decenas de indios y bajo la guía de un guaraní convertido al cristianismo, partió el 2 de noviembre de 1541. El viaje fue difícil: durante buena parte del mismo debieron avanzar talando la selva. Núñez siguió con su costumbre de tomar notas, siquiera mentalmente: se percató de que los guaraníes disfrutaban de una alimentación abundante y variada, producto tanto de la caza y la recolección como del cultivo y la domesticación de animales. Bajo el gobierno de los ancianos de cada tribu, hacían la guerra con gusto y frecuencia, practicaban el canibalismo y "sienten tanto terror a los caballos que les ofrecen miel y gallinas para que no les hagan daño". Núñez, que casi por única vez en su vida puede comer hasta indigestarse, se hizo tiempo incluso para observar la astucia desplegada por monos y pecaríes para apoderarse de las piñas que la otra especie también pretendía.

Cerca de las Cataratas del Iguazú, que lo asombran, fue atacado por nativos por primera vez. Afirma Lacalle: "Cabeza de Vaca, el 'intelectual', no concibe la conquista como un acto de dominio que implica la destrucción de la libertad y vida de los indios, y que legitima el hecho de adueñarse de sus bienes"; por el contrario, y con un dejo de paternalismo, la ve como un proceso de incorporación de los indios al cristianismo dentro de la Corona, de la que es representante y funcionario, procurando obtener beneficios para ambas partes. Este deseo de proteger a los nativos generó que sus compatriotas lo recibieran en Asunción con una frialdad que apenas ocultaba el resquemor. Era 11 de marzo de 1542.

EL PRIMER GOLPISTA DE LAS AMÉRICAS

Dijimos más arriba que entre los defectos de Álvar Núñez estaban sin duda la falta de dotes políticas y la indecisión. Irala, en cambio, era un condottiero: su único interés era el oro. Ambos chocaron por referencia al trato a los nativos; luego de que Álvar Núñez ordenara azotar a un español que había violado a una joven guaraní, Irala logró poner de su lado a la mayor parte de los irritados conquistadores. El 23 de abril de 1544 encabezó desde las sombras el primer golpe de estado de la historia poscolombina de las Américas: Núñez fue destituido, y el 8 de marzo de 1545 fue enviado engrillado a España. Condenado al destierro en África del Norte, fue perdonado en 1556 por el sucesor de Carlos, su hijo Felipe II.

Se conoce poco de los últimos años de vida de este hombre cuyos fracasos ensancharon los horizontes de su tiempo como no lo hicieran tantísimos éxitos. Aparentemente fue nombrado presidente del tribunal supremo de Sevilla, antes de tomar los hábitos e ingresar a un monasterio de dicha ciudad, donde murió hacia 1557-60. El Inca Garcilaso de la Vega, en cambio, afirma que, tras perseguirlo infructuosamente durante décadas, el descanso eterno lo alcanzó por fin en Valladolid, al parecer viviendo en la miseria.

CODA

Existe una película mexicana de 1990, "Cabeza de Vaca", dirigida por Nicolás Echevarría, que narra las peripecias que el protagonista y sus compañeros vivieron en América del Norte. He aquí el vínculo a la página de Wikipedia, y aquí, a la de IMDb. También existe una biografía novelada, "El largo atardecer del caminante" (Emecé, 1992) del escritor argentino Abel Posse.

Para un análisis literario más detallado de las crónicas de Cabeza de Vaca, ver aquí.

 

NOTAS

(1) "Noticia sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Hazañas americanas de un caballero andaluz", Colección Nuevo Mundo, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid 1961. No es un libro fácil de ubicar, aunque doy testimonio de haberlo hallado en la Biblioteca Municipal de Mar del Plata, donde ingresó en 1964 por un canje con la Biblioteca Hispánica de Madrid. Allí supongo que habrá aunque fuera algún otro ejemplar.

(2) El extraño apellido "Cabeza de Vaca" se originó en el siglo XIII, cuando uno de sus antepasados maternos indicó un paso secreto en la Sierra Morena con una calavera bovina, ayudando así a que el ejército cristiano pudiese caerle por sorpresa a los moros y derrotarlos en la famosa batalla de Las Navas de Tolosa (1212). Álvar Núñez Cabeza de Vaca adoptó ese apellido como modo de insertarse en una tradición y literalmente "hacerse un nombre", locución de la época que refleja una costumbre extendida, especialmente entre los que no eran primogénitos. Núñez era el apellido de otro de sus antepasados maternos, un destacado marino.

(3) El título completo es "La relacion que dio Aluar Nuñez Cabeça de Vaca de lo acaescido enlas Indias, enla armada donde yua por gouernador Pãphilo de Narbaez, desde el año de veynte y siete hasta el año d treynta y seys", Zamora, 1542.

 

 

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