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"Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco. Metidos en la guerra, paraguayos y bolivianos están obligados a odiarse en nombre de una tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un desierto gris, habitado por espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente. Todo tiene sed en este mundo de espanto. Las mariposas se apiñan, desesperadas, sobre las pocas gotas de agua. Los bolivianos vienen de la heladera al horno: han sido arrancados de las cumbres de los Andes y arrojados a estos calcinados matorrales. Aquí mueren de bala, pero más mueren de sed".
"Nubes de moscas y mosquitos persiguen a los soldados, que agachan la cabeza y trotando embisten a través de la maraña, a marchas forzadas, contra las líneas enemigas. De un lado y del otro, el pueblo descalzo es la carne de cañón que paga los errores de los oficiales. Los esclavos del patrón feudal y del cura rural mueren de uniforme, al servicio de la imperial angurria (...)".
Eduardo Galeano, "Memoria del Fuego 3: El Siglo del Viento"
Entre 1932 y 1935, Paraguay y Bolivia participaron de una cruenta contienda, el más sangriento, dramático y, además, inútil conflicto sudamericano del siglo XX. Murieron más de 100 mil hombres, reclutados entre los más pobres de las dos naciones más atrasadas de América del Sur. Los bolivianos, detrás de la quimera de la salida al mar, fueron rechazados por los paraguayos, dispuestos a defender su Chaco Boreal, una extensión inhóspita de 250 mil kilómetros cuadrados, con bosques de quebracho en la superficie y (entonces se pensaba) abundante petróleo bajo tierra.
La guerra fue apoyada desde el extranjero por multinacionales petroleras que se disputaban la explotación de los yacimientos y su vía de salida fluvial. En 1956, el luego presidente argentino Arturo Frondizi dijo: "En primera línea aparecen las repúblicas de Bolivia y Paraguay, pero detrás de ellas están: detrás de la primera, la Standard Oil of New Jersey; detrás de la segunda, los intereses económicos generales del capital angloargentino invertido en el Chaco y los intereses especiales de la Royal Dutch-Shell."
Los dos pobres países también fueron peones en el ajedrez de la pugna entre los intereses británicos y norteamericanos (que a diferencia de hoy, entonces entraban en colisión) así como del juego de poder de los gendarmes regionales, Argentina y Brasil..
El establishment argentino, en esa época, estaba íntimamente relacionado con el capital británico, especialmente en lo referente a la ganadería, las finanzas y los transportes. Esa identificación de intereses explica gran parte de las idas y venidas de la política argentina de los años '30 (el lesivo acuerdo comercial conocido como Pacto Roca-Runciman, los negociados en la industria frigorífica y el transporte público de la Capital Federal, e incluso la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, que fue una manera de proteger de los submarinos alemanes a los envíos de carne a Gran Bretaña).
Y esa identificación también gravitó en la actitud argentina ante la guerra entre sus vecinos. En ese entonces, Paraguay era un país satélite de la Argentina. Era asiento de grandes negocios ganaderos y forestales del capital angloargentino; el ochenta por ciento de su comercio exterior se hacía en barcos argentinos. El principal ferrocarril internacional que tenía el Paraguay tenía un tercio de sus líneas en territorio propio y dos tercios en territorio argentino. Y además estaba el apoyo norteamericano a Bolivia, que inquietaba tanto a Buenos Aires como a Londres. La tradicional postura antinorteamericana de Argentina tiene explicaciones más profundas que la mera soberbia o la cortedad de miras criolla (ambas economías son competitivas más que complementarias, a diferencia de las de Brasil y EE.UU. o Gran Bretaña y Argentina, por ejemplo) pero debe reconocerse que en la raíz de muchos conflictos con Estados Unidos, tanto como el interés nacional argentino, estaba el de la Corona británica.
LOS ORÌGENES DEL LITIGIO
Como sucede con muchos otros conflictos limítrofes sudamericanos, buena parte de la responsabilidad la tiene la ambigüedad con la que España trazaba los límites administrativos en su imperio colonial. Cuando el litigio comenzó a tomar temperatura, tanto Bolivia como Paraguay se enredaron en una maraña de documentos ambiguos y mapas imprecisos, que hacían muy difícil determinar los derechos de cada parte.
Bolivia no comenzó a cuestionar seriamente los derechos paraguayos al Chaco Boreal sino hasta que perdió su salida al mar tras su derrota ante Chile en la Guerra del Pacifico (1879-1884). El gobierno de La Paz comenzó a buscar una vía indirecta al Océano Atlántico a través del río Paraguay, aprovechando que su vecino oriental, arrasado durante la infame guerra que libraron contra él Argentina, Brasil y Uruguay entre 1865 y 1870, estaba sumido en la impotencia.
Entre 1922 y 1923 Bolivia empezó a ocupar territorios del Chaco. En los años siguientes, el litigio ganó en intensidad, y fracasaron uno tras otro varios intentos de mediación. Pero entonces...
¡PETRÓLEO!
Entre 1927 y 1928, técnicos de la compañía norteamericana Standard Oil of New Jersey descubrieron petróleo en la zona occidental del Chaco, en las estribaciones de los Andes. Comenzó a sospecharse que los yacimientos se extendían hacia el este, ya en territorio paraguayo (donde los derechos de exploración eran propiedad de la Royal Dutch-Shell, anglo-holandesa). Y además, volvió a cobrar importancia el tema de la salida al mar de Bolivia, dado que, de no contar con ella, la única manera de exportar el crudo sería a través de Argentina. Aquí está la razón principal de los alineamientos en el conflicto: si Bolivia contaba con una salida (aún indirecta) al Atlántico, el control de la exportación del petróleo quedaba en sus manos (y en las norteamericanas) en detrimento de los intereses británicos y de sus aliados en el establishment argentino.
La posibilidad de que el Chaco flotase sobre un mar de petróleo hizo que el presidente paraguayo José Guggiari adoptara una postura intransigente, negándose a negociar. La crisis se agravó el 6 de diciembre de 1928, cuando hubo un enfrentamiento entre patrullas de los ejércitos de ambos países. Una mediación de la Sociedad de las Naciones (la antecesora de la Organización de las Naciones Unidas) no logró grandes resultados.
Para peor, ambos países estaban dispuestos a subir la apuesta. En 1931, en Bolivia resultó electo Daniel Salamanca, partidario de un nacionalismo orgulloso y agresivo, ansioso de sepultar en el olvido el poco brillante pasado militar de su patria. En Paraguay, el presidente Eusebio Ayala tuvo que adoptar una posición firme por presión de sus mandos militares.
LAS FUERZAS MILITARES
Hacia fines de 1931 comenzó una desesperada carrera armamentista entre dos naciones que estaban hundidas en la miseria. Ya en los años '20 ambos países habían intentado modernizar sus fuerzas armadas según ejemplos europeos. Paraguay (que hasta la Primera Guerra Mundial se había inspirado en el modelo alemán) acudió a consejeros militares franceses, entre los que había también algunos emigrados rusos que habían huido tras la victoria bolchevique en la guerra civil, como los generales Belaieff y Ern y el oficial aeronáutico Vladimir Porfenenko. Los franceses también colaboraron en la creación de la fuerza aérea (que entrada la guerra fue reorganizada por asesores italianos).
El comandante del ejército guaraní era el coronel José Félix Estigarribia, un egresado de academias militares de Chile y Francia (nada menos que de la célebre Saint-Cyr). Era un oficial carismático, disciplinado y estudioso, y contaba con algunos subordinados que habían sido voluntarios en filas francesas en la pasada guerra mundial. Estigarribia había comprendido las lecciones de ese conflicto mucho mejor que varios de los mejores oficiales europeos, y era partidario del empleo de unidades pequeñas y maniobrables y de una guerra de movimiento, al estilo de la dirigida por Lawrence de Arabia.
Bolivia tenía soldados tan valientes y capaces como su enemigo pero, en cambio, no contaba con oficiales tan brillantes, y debía recurrir a expertos extranjeros. Su jefe era un oficial alemán, el general Hans Kundt, que había llegado por primera vez al país del Altiplano en 1911, como integrante de una misión de consejeros militares teutones, y además era veterano de la Primera Guerra Mundial (peleó en el frente ruso). Kundt se reveló como un buen organizador y adiestrador, aunque pronto demostró carecer de la flexibilidad de Estigarribia. Siempre estuvo inclinado a emplear criterios tácticos perimidos: hizo avanzar sobre las llanuras del Chaco a largas columnas de soldados (reclutados entre los habitantes del Altiplano, para nada habituados a un clima ardiente y a la crónica escasez de agua). Los innumerables carruajes harán que las columnas marchasen lentamente, en formaciones demasiado compactas, intentando forzar al adversario a un enfrentamiento directo, que Estigarribia, inteligentemente, siempre rehuyó. Kundt no tuvo en cuenta que en el Chaco, entonces, casi no había caminos: cuando comenzó el avance boliviano, sus fuerzas debieron dejar sus camiones atrás. Su armamento era de muy buena calidad, pero no estaba preparado para soportar las extremas condiciones climáticas. Y además no supo hacer uso adecuado de su fuerza aérea, una de las mejores del continente, al mando del muy capaz Bernardino Bilbao Rioja .
Tal vez a causa de la presiones del impaciente gobierno de La Paz, Kundt siempre intentó ocupar el territorio que su enemigo le cedía sin tener en cuenta las innumerables desventajas logísticas (Estigarribia decía que "había que defender el Chaco abandonándolo"). Los paraguayos adoptaron la táctica de guerra de guerrillas, más adecuada a las características del terreno y del clima, formando pequeñas unidades móviles que hostigaban al enemigo y desaparecían sin dejar rastros. Esta táctica además neutralizaba la ventaja numérica boliviana: ese país tenía el triple de la población de Paraguay.
EL COMIENZO DE LAS HOSTILIDADES
En junio de 1932, el presidente Salamanca (sin acudir a una declaración formal de guerra) ordenó al general Kundt que comenzara la invasión del Chaco. La primera escaramuza se produjo el día 15 de ese mes, cuando los soldados bolivianos tomaron el pequeño Fuerte Carlos Antonio López, cuya única importancia estratégica era que defendía uno de las pocas fuentes de agua de la zona, la laguna Pitiantuta.
En las primeras semanas de la guerra, el ejército invasor fue penetrando lentamente en el corazón del Chaco, sin poder hacer contacto con un enemigo que le dejaba el terreno libre. En agosto los paraguayos pusieron en funcionamiento el aeródromo de Isla Poí, y comenzaron a emplear intensivamente a la aviación en tareas de reconocimiento de las posiciones enemigas, lo que les dio una gran ventaja sobre su adversario. Los bolivianos contaban con medios aéreos superiores pero estaban limitados por la ausencia de aeródromos cercanos al área de combate.
Paraguay también contó con la ventaja de poder aprovechar la estructura de uno de los terratenientes más grandes del país, la compañía argentina Carlos Casado. La empresa prestó ayuda por medio del aporte de ganado, alimentos y dinero, y la cesión del uso de la flota, los puertos y el tren de su propiedad para el transporte de tropas. Carlos Casado era dueña de casi 2 millones de hectáreas, de donde extraía madera de quebracho para durmientes y abastecía a la industria del tanino. El presidente de su directorio era nada menos que el cuñado de Agustín Justo, el presidente argentino...
A comienzos de setiembre, el comando paraguayo intentó reconquistar el campamento de Boquerón. Pero Kundt no se dejó sorprender, y por una vez aprovechó la superioridad aérea, atacando desde el aire a las fuerzas paraguayas e infligiéndoles pérdidas notables. Desde ese momento, Estigarribia impartió la orden de movilizarse solamente de noche, permaneciendo en el día al resguardo de la vegetación.
Entre el 9 y el 10 de setiembre, los guaraníes volvieron a la carga contra el Fuerte Boquerón. Fue una de las batallas más cruentas de la guerra. Los bolivianos resistieron bravamente durante 20 días, rodeados por fuerzas seis veces superiores, pero terminaron rindiéndose al agotárseles las reservas de municiones, agua y alimentos. Estigarribia, envalentonado por el éxito, dirigió un ataque contra la ciudad boliviana de Saavedra en noviembre, pero el combate no produjo grandes modificaciones en la situación.
Ambos ejércitos habían sufrido gravísimas pérdidas, y por unas semanas rigió una tregua de hecho, mientras los enemigos trataban de reordenarse. Por esta época hubo infructuosas gestiones de paz de la Sociedad de las Naciones, del presidente norteamericano Franklin Roosevelt y del papa Pío XI.
(Continúa)
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